Todo periodista, o el que lucha por serlo, sabe que la profesión a la que ha decidido dedicarse es VOCACIONAL, profundamente vocacional. Al buen periodista no le mueve el dinero, ni la ambición, ni la calidad de vida, no busca una vida cómoda, ni que le conozcan por la calle; simplemente quiere SER PERIODISTA. Ríete de aquellos que comienzan en la profesión y anhelan hacerse ricos, salir en la tele o que le llamen por su nombre, ¡no saben dónde se meten!
El camino es muy difícil: la primera etapa, la de estudiante, está marcada por la ilusión del joven aspirante que, movido por un sentimiento de curiosidad que le es innato y por su gusto por las letras, desoye las advertencias de sus catedráticos y profesores: ¿Qué estudiante de Periodismo no ha oído nunca lo mal que está el panorama? Pero todos pensamos que no es tan negro como lo pintan, y que tal vez haya un poco de suerte... ¡la ilusión nos pierde!
La segunda etapa es la de becario, cuando el aspirante establece su primer contacto con este mundo y le deslumbra todo lo que ve, lo que hace y los profesionales con los que comparte su día a día. Este periodo es altamente peligroso pues, encandilado por la "mediosfera", pasa por la cabeza del candidato a periodista la posibilidad de ser, tarde o temprano, uno de esos profesionales. El peligro de la magia que alienta al becario es el dolor que sufre al llegar al mundo real, cuando ya licenciado, se enfrenta a algunas entrevistas (y negativas), o incluso a la falta de respuesta por parte de aquellos que han recibido su curriculum y ni siquiera se han dignado a leerlo. Se da cuenta, como en un acceso de lucidez, de que de aspirantes está el mundo lleno, y que el camino no va a ser nada fácil, todo lo contrario: será duro. Muchos de ellos tiran la toalla, y otros tantos siguen luchando por sus sueños, la pregunta es ¿quieres ser periodista o quieres vivir?
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